10 oct 2010

Naves interestelares


La máquina que pudiera llegar a planetas ajenos al Sistema Solar debería estar propulsada por energía procedente de la fusión nuclear, resistir las condiciones más extremas de radiación, temperatura e impactos. Una minúscula partícula de polvo podría dañarla si viaja a una quinta parte de la velocidad de la luz. Con todo, en el mejor de los casos, sólo el trayecto de ida duraría más de 25 años.

Cuando el ser humano consiguió poner un pie en la Luna, un cóctel de optimismo colectivo y desbordante imaginación hizo pensar a una parte importante de la población que no era sino el primero de una serie de pasos para conquistar el espacio. No parecía tan descabellado ni siquiera en los años 80 concebir vuelos regulares al satélite de la Tierra o al fascinante planeta rojo, donde habría futuristas bases habitables con todas las comodidades. Sin embargo, ya inmersos en la segunda década del siglo XXI, los conocimientos han avanzado, sí, pero por Marte sólo circulan vehículos robotizados para recoger muestras que en ocasiones se hacen papilla al aterrizar sobre la superficie marciana o acaban en algún agujero.

Visionarios
Los sueños se quedaron muy cortos, pero sin personas con mente ambiciosa que piensan «un día será posible» el ser humano nunca hubiera logrado hitos en el conocimiento y la exploración. Puede que nadie haya pisado Marte todavía, pero un grupo de científicos lleva mucho tiempo estudiando no sólo cómo alcanzar cuerpos celestiales del Sistema Solar, diseñan una nave para viajar más allá del Sol hacia mundos donde la Humanidad pueda establecerse cuando la Tierra sucumba a los excesos o hacia planetas en los pueda haber alguna forma de vida. En los años setenta, un grupo de científicos de la Sociedad Interplanetaria Británica pusieron en marcha el proyecto Dédalo para diseñar un modelo de nave que pudiera alcanzar la estrella de Barnard, que se encuentra a nada menos que 5,9 años luz de la Tierra. Ahora, jóvenes científicos trabajan en el proyecto Icarus (Ícaro), el hijo de Dédalo, con el objetivo de poner las bases para que una nave pueda viajar fuera del Sistema Solar.

La semana pasada, estos visionarios recibieron una noticia que incita a trabajar con más ahínco en su estudio: la existencia un planeta muy parecido al nuestro, pero a 20 años luz de aquí. Un grupo de astrónomos de Estado Unidos ha descubierto una «nueva Tierra» que gravita en torno a la estrella Gliese 581. Tiene cuatro veces su tamaño, pero unas condiciones de gravedad y temperatura que lo hacen compatible con la vida humana.

Está claro que la tecnología actual impide conquistar ni siquiera los dominios de nuestra estrella, el Sol, pero ¿qué tendría que cambiar para que fueran factibles los viajes interestelares? El proyecto Icarus plantea que una nave no tripulada lograse viajar a un 20 por ciento de la velocidad de la luz, ése es su objetivo, pero el camino está plagado de dificultades como resume a este semanario Richard Obusy, físico teórico y uno de los miembros del proyecto, «incluso si logramos la velocidad que proponemos, alcanzar las estrellas más cercanas podría llevarnos un cuarto de siglo. Los combustibles actuales para los cohetes no sirven. Pero hay más problemas además de la propulsión. Viajando a esas velocidades incluso una diminuta partícula de polvo podría causar un gran daño a la estructura de la nave, tendría que tener mucha autonomía energética para funcionar sin ayuda durante tantos años y también están las comunicaciones para transmitir a la Tierra desde tan lejos…».

Combustible
Por su parte, Jesús López, catedrático de Ingeniería Aeroespacial de la ETSI Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid, cree que «el mayor problema por resolver sería la propulsión, para lo que la opción más prometedora es la fusión nuclear». El hombre persigue el objetivo de reproducir de forma artificial ese proceso que sólo tiene lugar en el interior de estrellas y planetas y que consiste en la unión de varios núcleos atómicos para formar otros más pesados, lo que implica la liberación de una gran cantidad de energía. «La fusión es la opción más lógica, pero hay que garantizar que funciona y que es embarcable en una nave para usar esa energía para propulsarse. También se puede pensar en el empleo de energía solar, pero no deberíamos depender de otras estrellas sobre las que desconocemos muchas cosas». Respecto a las posibilidades de colisionar, López los considera un problema menor, «no es más difícil que lo que ya se ha resuelto para viajar por el Sistema Solar, un buen sistema de navegación podría evitar chocar contra otros objetos», añade.

Desde la NASA, el portavoz de la Oficina de Tecnología, David E. Steitz, asegura que «también la nave debe enfrentarse a condiciones extremas de radiación, temperatura. Pero también debería ser capaz de almacenar enormes cantidades de energía. De hecho, el éxito de esta misión significaría que hemos logrado solventar grandes problemas de comunicaciones, materiales, fiabilidad de la mecánica, electrónica y todo eso se reflejaría en todas las tecnologías y objetos de consumo en la Tierra, como los coches, los teléfonos, ordenadores, aviones… así que es un objetivo muy deseable para la raza humana».

Sin embargo, Steitz recalca cuán lejos estamos de lograr velocidades de crucero prodigiosas. «El objeto más rápido fabricado por el hombre es la sonda Voyager I, que viaja a 17 kilómetros por segundo. Alcanzar Alfa Centauro, nuestra estrella más próxima, le llevaría 75.000 años; y si pudiera viajar mil veces más rápido ya serían 75 años. Pero mantener esa velocidad hasta alcanzar el objetivo no resultaría muy útil para estudiar esos mundos, habría por tanto que reducir la velocidad en el tramo final del trayecto y compensarlo con una velocidad punta mucho mayor hasta la mitad del recorrido».

Queda mucho por hacer. El trabajo de los miembros del Proyecto Icarus no es tanto ver construida esa nave, sino sentar las bases para una nueva generación de científicos que sí tenga en sus manos las herramientas técnicas que lo permitan. Obusy cree que «el descubrimiento de planetas parecidos a la Tierra desatará más interés en los viajes interestelares». Sobre si lo lograremos, el catedrático Jesús López afirma que «el ser humano ha sido capaz de poner en marcha todos lo que se ha imaginado. Si nos empreñamos, lo conseguiremos». 

¿Merece la pena?
Siempre hay quien se pregunta para qué invertir tanto dinero  en conocer otros mundos con tantos problemas que tenemos a la vuelta de la esquina. Una misión como Icarus costaría varios billones de euros, pero a esas magnitudes, según Richard Obusy, «no es comparativamente más caro que la Estación Espacial Internacional». Respecto a los grandes problemas de la Humanidad (cambio climático, hambruna, pobreza...), el físico lo considera un debate «con trampa» ya que si quisiéramos  luchar contra esas lacras podríamos haber empleado los 150 millones de dólares gastados en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín o los 20.000 millones de  dólares que se gastaron en alcohol los adolescentes estadounidenses o los sueldos de los jugadores de la Premier League.  Hay que pensar también en el retorno de la inversión, en los miles de empleos que se crearían para científicos, ingenieros y especialistas, nuevas industrias...», dice.

Publicado originalmente en LaRazón edición digital. 

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